6.10.06

Soledad

























“A dibujar esa rosa,
ayúdame caballero,
a dibujar esa rosa,
que estoy solito,
y no puedo dibujarla
tan hermosa.”

Enrique Morente



Es posible que al llamarse escalas, cromáticas, vea usted la ironía, pensara yo sentado al piano esa tarde de mayo, que de los dedos me estaban saliendo escaleras. La mayoría de las que veía, en esa memoria que no es memoria, evocación, eran de madera de casa vieja, crujida, incendiada, reconstruida y vuelta a incendiar. Como si no fuera poca la evocación, resultó que en el penúltimo acorde de esa improvisación sugerida por el primer aguacero del invierno, apareció la primera cámara fotográfica que tuve en mi vida. Vivitar, cuerpo rojo, básica como la esencia de las fotos que siempre quise tomar, herencia de una madrastra mala que tuve, mala y hermosa.

La ironía de lo cromático se hizo nostalgia, cuando con la imagen de mi primera cámara, llegó también la primera de las fotos que en la vida tuve que resignarme a perder, a llorar como toda prueba de lo posible que se vuelve imposible. Era domingo, recuerdo, y ahora entiendo porqué escaleras, era porque estabas en la casona aquella grande, tenías un par de años menos que yo, es decir, andabas por los seis añitos, decía mami.

Nos encantaba esa escalera que comenzaba en un piso de madera oscura, y bajaba a la pobreza rural de la cocina de leña, la de piso de tierra que abuela barría y barría con aquella escoba de ramas secas, escobilla que no barría el olor de la madera quemada, “es tan rico el arroz hecho con leña” escucho en mi cabeza, de toda esa gente a la que le resulta un romanticismo la cocinita de leña y el pisito de tierra. Nos encantaba aquella escalera, para lo de llamar al escalón vitrina y a mi voz de niño llamar don José, el dueño de la pulpería. Yo me sentía mayor que vos y tenía mi camarita roja. No sé porqué he asumido con los años esa imagen tuya en blanco y negro, intercambiando aire por aire y tu espejo por un regalo imaginario, en nuestras compras y ventas imaginarias.

Nos encontrábamos dos veces al año, el día de la madre, porque abuela era la más madre de todas, llena de gallinas y racimos de banano, llena de siembros; y el día de su cumpleaños. Así que nuestra amistad de primos, nuestro amor ignorante de niños, comenzaba algún fin de semana inédito cada tantos meses; pero esa vez yo iba decidido a decirle al lente tu nombre, practicar un poco con la luz y el humo, llevarte a casa, ponerte en una pared de mi cuarto, hacer el primer retrato de mi vida. ¿Por qué lo veo ahora en blanco y negro, si la película de la niñez es de una emulsión a colores, tan llena de colores como era aquella cocina, como las plumas de las aves del campo, lo que es verde en serio en un país de Centroamérica? Sole ¿por qué no pudiste compartir nunca más esos colores conmigo, y me obligás hasta hoy este retrato tuyo tan gris, tan blackbird? En medio de aquel juego dominguero había sido la tormenta, terremoto en un pueblo de mierda, para precisar, y todos, semejantísimos todos ante los ojos de dios, vimos esa figurita del señor Jesús en yeso, tambalearse entre los cuchillos y las alforjas, vimos las montañas chocar contra las montañas, haciendo nacer montañas nuevas, vimos al ladrón del pueblo abrazándose al Poró, como el único juicio vegetal de la vida, vimos la ignorancia mamífera de las reses y las gallinas en la llanura de su miedo, temblar, correr despavoridas, vimos a Serrat componiendo una canción al pueblo de mi abuela, seguramente el día que mi mama odió para siempre la soledad de los cerros a la distancia, y vimos esa viga de madera inmensa, cenízaro, lo único de valor en la casa de mi abuela, convertir a Soledad en la primera foto de mi vida sin tomar; con la ética de la niñez, mi luto incomprensible, inmediato. Fue tan grande el silencio que me quedó, el polvo levantándose en los últimos trombones de la tarde, que creo allí nació mi amor por la música, mi forma de nunca más escuchar semejante silencio.

Si es necesario, lloraré durante siempre para espantarlo, o vendrá Morente con sus gritos gitanos, a provocarme esta amnesia de la vida.

3 comentarios:

Cromatica dijo...

Bello...me dejaste sin palabras, pero llena de colores!

Anónimo dijo...

Me recordó el cuento de un amigo que se llama "María se vuelve Soledad", él reescribe el nombre de ella tantas veces en una mesa de un bar con un kilométrico...ahora todo se me mezcla, y digo que debe ser la misma Sole, y parece que la viga enorme decía su nombre y de esas escaleras siguen saliendo colores...
Uy, Teban, es tan bonito...cuánto habrá que esperarte para tener todos estos cuentitos en mi librero azul, junto a mis notas y garabatos diarios.Vieras cómo me gustan, vengo acá sólo para volver a leer, y leer, sin pretender adularte, en serio. Eso no me pasa siempre, aún con elefantes sagrados.Apúrele mae!!!!!

Anónimo dijo...

Morente lo canta delicado y frágil... tampoco yo me canso de escucharle. Pero esos versillos no son de él, por Dios. son populares. los cantan en Extremadura, en León. los cantó Camarón...
saludos