13.3.07

Fragmentos Para Un Río

Esteban Chinchilla


I
La hora baja del día, animal como un cauce misterioso, como una seda lejana en el espacio y en el tiempo, el gran reloj de las olas según Morente, donde guitarras pasadas dicen “…bésame mucho, como si fuera esta noche la última…”, pero qué hacer cuando se tiene miedo a “perderte después” y después es ya, cuando las guitarras no suenan más y nos hemos levantado una mañana húmeda teniendo miedo a perderte, una vez en que se te ha perdido para siempre, para todos los después que hay en los boleros.

II
Cómo hubiera deseado ser una sencilla traducción de un cuento de Poe hecha por un Cortázar quieto hace meses en tu mesa de noche, cómo hubiera deseado que la lluvia no mojara el asfalto y no hubiera dejado crecer el tamaño del agua, cómo y cuánto hubiera deseado que por nombre llevaras el de un roble o un almendro. Cómo hubiera deseado llegar a Roma preguntando en cada esquina tu paradero, aunque siempre supe donde encontrarte después del día de los faroles: yo no pedía que clausuraran Aeropuertos, sólo un pequeño cementerio de una ciudad en decadencia. Pero lo verídico, como lo aciago, radica en ese metal que resulta de aquello inevitable y el primer acorde de una prosa.

III
Que era casualidad la voz gitana de esa mujer, prolongando curvas como si fueran alas de gaviota, alejándose y acercándose al borde de una embarcación más bien pequeña: por eso escuchaba acordes flamencos siempre que llegaba al ferry del Tempisque. Que era tarde ya para subir al techo del “Yhajaira” mientras cruzaba por décima vez aquel sábado de río. Aunque si reflexiono en lo hechos, recibir el beso de la mujer araña en la desembocadura del río suena hermoso, suena a ese tipo de locuras por las cuales nos suicidaríamos todos juntos, una unión poética y negra con el barro y con las plantas.

IV
Pero si eran una pareja hace 5 años, habías procreado hijos imaginarios, dos de carne y hueso, habías poseído plantado deseado, habías horneado calculado inventado, habías querido a Jonás tanto y tanto… “tic tac tic tac tic tac tic tac las campanas del olvido tac tic tac…” llévatelo con el río y no lo dejes sólo, el cauce de agua y de segundos, llévatelo sin nombre, para no decir más tu nombre, no te comieron los lagartos del río, en sus falanges la bestia de la costumbre. Pero en su ficción alguien o algo tenía que matarte, por eso cerraba los ojos duro cuando la madrugada se ponía azul claro, y en ese fluido azul de la mañana, dejaba su ternura y te ahogaba de una vez por todas en el río ¿Verdad que nunca fuiste con él al río, que no se mojaron los pies juntos, no lo ayudaste a sortear las piedras, ni compartieron la merienda? El lugar perfecto para fenecer en su memoria ¿o su memoria era el agua de verdad?

V
Arcabuz, alcázar, rima muerta, arma antigua del aguacero, porque así ocurre que el fuego, se ama toda la vida para escribir un solo verso, la síntesis del mundo en el guiño de un ojo, lo mismo el faro o el anuncio del barco que llega al puerto, las familias de pájaros despertando como quien levanta las sábanas a la costa o las enaguas de una mujer ausente, así es como se escribe desde lo real y lo imaginario.

VI
Abuelo tenía un proyector 8mm. Lo lucía cada vez que había reunión de niños en casa, por algún natalicio o cualquier razón que convocara la horda de monstruos miniatura. La primera película que nos proyectaba en medio de los gritos infantiles, se refería a unas tomas hechas por él mismo, donde había unas gaviotas acompañando una embarcación pequeña, mientras mi abuela y él cruzaban algún río grande en Manila, Filipinas. Te habría ahogado en ese río si recordara su nombre.