25.2.08

Falso


Desde la falsa conciencia que se lee de un personaje de Bolaño digo “huelo el café que se enfría, la camisa que no habla pero huele, entender tarde a Duchamp en el orinal de algún bar sin importancia pero lo nombro, tampoco importa la mano de un hombre raro que toca las piernas largas de una muchacha blanca, habla el habla, la armonía el sexo el amor a dos metros de mundo, alguno ve que yo veo, presiente que lo observo ya desde antes con estas palabras, luego ocurre lo de siempre, la gente dice recordar, pero ese es un verbo incompleto, igual que aprender hoy, algo, el joven Duchamp y el viejo Duchamp están muertos, las figuras humanas vistas desde acá, sin comentarios, libros desconocidos para siempre, mientras me pone una cámara barata en la mano libre - la otra ha decidido hacer círculos de agua en una mesa, pensar en la caligrafía de lo momentáneo- tiendo a la risa prefabricada, será algo genético, estoy delante de un evento pequeño-tierno-aislado del ruido, ella es una muchacha que cubre sus piernas con tela negra, abrazada a algún hombre que la desea, he dibujado el retrato de una pareja en una mesa con la esperanza pasajera de las gotas de un vaso que se llevaron hace horas, la imagen son las gotas de esta prosa que se dice para mí y por mí, conciencia falsa, las piernas de una muchacha adquieren la calidez de una voz fina, pone una cámara barata en mi mano derecha, me explica cómo se pone el dedo en el botón metálico, ese, córrase un poco para que salgamos los dos completos, la muchacha deseada ha mutado muy rápido de ser un árbol del que no hay que comer fruta, no desearás a la mujer de tu prójimo, a una experta de la imagen, y pienso una vez más en el registro de su voz, el poder que transforma una cara fea en una cara al menos no desagradable.”

Pero no hay misterio, hay maquillaje, hay el sonido de lo que se vive, detrás de la imagen, quién lo hubiera dicho, si parecía una madrugada sencilla, el volumen de lo que se vive aumenta, mi mano dibuja luego de la mesa, una guampa partida desecha, esto es la ciudad pienso ahora, la ciudad es una bala perdida, y es involuntario recaer en la bala en el azar, el género de la humanidad queda borrado cuando alguien que fue una muchacha deseada en la gradas de un bar demuestra que la gravedad tiene dos significados, esta música no me gusta, me encantaría que se levantara el decorado y apagaran las luces, que las apagaran más, cuando muera quiero estar dopado, cuál era su nombre, alguien nombrado en este párrafo sin nombre ya para mí, el corazón de un hombre que está escribiendo es la música que acelera lo ocurrido, pienso que alguien pierde una hija, que alguien pierde una hermana que alguien sentirá vergüenza por haberle deseado la muerte, ese hombre dormirá sólo ya de ella para siempre, sólo de ella, le había acariciado el pelo antes del click, la había mirado, porque esta vez la imagen existe, la locura de una imagen feliz a segundos del desastre, cuento esto porque tengo que contarlo, repaso un poema viejo de Octavio Paz que dice algo de un asesino y sus razones, lo voy a buscar no sé para qué ahora, lo voy a buscar, la realidad aumenta el riesgo de, los rostros no miraban más allá de los cristales, la carretera fría, cien metros separan a los transeúntes de la muerte, subo la cabeza, bajo la cabeza, ocurre que ocurro, la imagen de esta mujer insalvable, veo la mano que dibuja ahora con la cámara ajena, el pánico de mirar lo inerte, bajo la cabeza, los perros ladran, el más valiente pierde el juicio, regreso caminado a una edad anterior, y luego reviento en una carrera, mental al menos, porque estoy como un puente de piedra y zarpa un barco. No hay más. Aunque seguramente sí hay más porque aún estoy ahí esperando que algo cambie para escribirlo u olvidarlo, pero nada cambia.



La foto es de
  • Pablo TUERTO