Esteban Chinchilla
Antes de que los pericos confirmaran las 5 p.m. del cementerio, ya había quedado sólo todo: la expectación de flores que no se marchitan, pero que sí se marchitan, como la familia Flores enterrada completa: el padre fue el zapatero predilecto de los descalzos en las calles de piedra de Escazú; un “NO DESCANSA EN PAZ” graffiteado en la lápida mayor, daba testimonio de que ahí la muerte no le importaba a nadie, ni al perro, ni al pájaro, ni a la sequía dicha por los cerros cada mes de marzo. A aquel lugar lo rondaba la tentación mía de enterrarme junto con el domingo: soy tan propenso al luto-como a la nostalgia-como a los versos-como al whisky-como al tango propenso y a los libros viejos, y no sé a quién se le antojó gracioso redactar un día la anécdota de los borrachos esperando la soledad del campo santo, para robarse la flores y salir a negociarlas por una copita de Cacique. Todo aquello era “Barrio El Diezmo”: muchos adolescentes perdieron la vida biológica, y otros la otra vida, la que no hay purgatoria que valga, porque así me lo dijeron “el pobre nace pobre y el malo nace malo, resignate!”.
La verdad el entierro no fue domingo, pero ese día domina mi semántica, la lógica de que un jueves de entierro se parece mucho a un viernes de entierro y por ende se puede parecer mucho también a un domingo de entierros; algo así pasa con el amor. La vida hubiera sido exagerada e irónica si me hubieran llamado Julius, porque yo regresaba de un viaje donde había conocido para siempre la palabra muerte en un redondel bogotano, y llegaba a mi redondel, a mi redil de todos los días, con esta cara de “para qué te quiero tanto”, si a la salida de nuestra Bombonera amigo, de nuestra cuevita del Monstruo, estaba ese niño de los barrios aledaños, esos barrios que no se llaman ni “El Diezmo” ni “Caridad”, ni “Ciudadela Los Hijos de Carazo” ni “Ciudadela Gloria Bejarano”, estaba ese niño esperándote, ese niño.
Por esas casualidades sanguíneas del destino, habiendo resumido mi gestación al mejor estilo de una novela mejicana que era el refrito de otra novela argentina que era una pésima adaptación de algún clásico que no preciso, yo era el niño bien de “El Diezmo”. Otro niño bien, pero malo como el Diablo, llegó de “Bellos Horizontes”, tenía en su mano la pretensión niña de un revólver 357 S&W Magnum. Desde la muerte de Soledad, había ganado experiencia con mi lente de plástico, desde la muerte del Torero abandoné mi sueño de ser bombero, y ahora quería ser fotógrafo de La Extra: ahí mismo se me presentaba la primera oportunidad primaria de jugar a la sangre:
“…sueño…mareo…marica…baila...pobre…sueño de pobre al borde de la luna que quema…baila…siente la sangre en la sien…te hincas en la calle de piedra del diezmo… niño diezmo sin llegar a los diez, diezmado eso sí…Satanás, “tembló el marrón tembló el marronero”, silueta de sueño rojo en la calle de piedra, sueña pobre con los ojos abiertos para siempre, sueña ciego con los ojos abiertos, tu último juego en las aceras que no hay en las calles de piedra, cántame tu sitio en la gloria, himno de piedra para un niño de piedra, siente que se cierra el círculo de la ceguera, baila niño no te mueras baila niño no te mueras baila niño no te mueras…”
El túnel pequeño del cañón grande, muy a pesar de la mentira de la cámara lenta que elogian los que se enfrentan a eventos inesperados, soltó una bala de plomo completamente cierta. El cañón que primero apuntó la cabeza de Martín, tuvo su gesto de ternura frente a mi cámara, y regresamos al punto de inicio, el dispara yo disparo nosotros disparamos ellos disparan… mi conjugación más bruta, mi ojo más bruto no por ciego esta vez, sino por sangre en el ojo. No hubo foto. Hubo sepelio ese jueves. Adivine quién muere y quién escribe.
Antes de que los pericos confirmaran las 5 p.m. del cementerio, ya había quedado sólo todo: la expectación de flores que no se marchitan, pero que sí se marchitan, como la familia Flores enterrada completa: el padre fue el zapatero predilecto de los descalzos en las calles de piedra de Escazú; un “NO DESCANSA EN PAZ” graffiteado en la lápida mayor, daba testimonio de que ahí la muerte no le importaba a nadie, ni al perro, ni al pájaro, ni a la sequía dicha por los cerros cada mes de marzo. A aquel lugar lo rondaba la tentación mía de enterrarme junto con el domingo: soy tan propenso al luto-como a la nostalgia-como a los versos-como al whisky-como al tango propenso y a los libros viejos, y no sé a quién se le antojó gracioso redactar un día la anécdota de los borrachos esperando la soledad del campo santo, para robarse la flores y salir a negociarlas por una copita de Cacique. Todo aquello era “Barrio El Diezmo”: muchos adolescentes perdieron la vida biológica, y otros la otra vida, la que no hay purgatoria que valga, porque así me lo dijeron “el pobre nace pobre y el malo nace malo, resignate!”.
La verdad el entierro no fue domingo, pero ese día domina mi semántica, la lógica de que un jueves de entierro se parece mucho a un viernes de entierro y por ende se puede parecer mucho también a un domingo de entierros; algo así pasa con el amor. La vida hubiera sido exagerada e irónica si me hubieran llamado Julius, porque yo regresaba de un viaje donde había conocido para siempre la palabra muerte en un redondel bogotano, y llegaba a mi redondel, a mi redil de todos los días, con esta cara de “para qué te quiero tanto”, si a la salida de nuestra Bombonera amigo, de nuestra cuevita del Monstruo, estaba ese niño de los barrios aledaños, esos barrios que no se llaman ni “El Diezmo” ni “Caridad”, ni “Ciudadela Los Hijos de Carazo” ni “Ciudadela Gloria Bejarano”, estaba ese niño esperándote, ese niño.
Por esas casualidades sanguíneas del destino, habiendo resumido mi gestación al mejor estilo de una novela mejicana que era el refrito de otra novela argentina que era una pésima adaptación de algún clásico que no preciso, yo era el niño bien de “El Diezmo”. Otro niño bien, pero malo como el Diablo, llegó de “Bellos Horizontes”, tenía en su mano la pretensión niña de un revólver 357 S&W Magnum. Desde la muerte de Soledad, había ganado experiencia con mi lente de plástico, desde la muerte del Torero abandoné mi sueño de ser bombero, y ahora quería ser fotógrafo de La Extra: ahí mismo se me presentaba la primera oportunidad primaria de jugar a la sangre:
“…sueño…mareo…marica…baila...pobre…sueño de pobre al borde de la luna que quema…baila…siente la sangre en la sien…te hincas en la calle de piedra del diezmo… niño diezmo sin llegar a los diez, diezmado eso sí…Satanás, “tembló el marrón tembló el marronero”, silueta de sueño rojo en la calle de piedra, sueña pobre con los ojos abiertos para siempre, sueña ciego con los ojos abiertos, tu último juego en las aceras que no hay en las calles de piedra, cántame tu sitio en la gloria, himno de piedra para un niño de piedra, siente que se cierra el círculo de la ceguera, baila niño no te mueras baila niño no te mueras baila niño no te mueras…”
El túnel pequeño del cañón grande, muy a pesar de la mentira de la cámara lenta que elogian los que se enfrentan a eventos inesperados, soltó una bala de plomo completamente cierta. El cañón que primero apuntó la cabeza de Martín, tuvo su gesto de ternura frente a mi cámara, y regresamos al punto de inicio, el dispara yo disparo nosotros disparamos ellos disparan… mi conjugación más bruta, mi ojo más bruto no por ciego esta vez, sino por sangre en el ojo. No hubo foto. Hubo sepelio ese jueves. Adivine quién muere y quién escribe.
11 comentarios:
Pueblo Nuevo. Viejo. Sepelio de los niños, sangre que se cuela por mis caderas, tobillos, ojos, del pecho mío. "sueña pobre con los ojos abiertos para siempre", sueño con la ceguera de esa sangre que ahora son mis dedos, mi espalda, mis manos. No hay foto. No hay foto de la muerte, del dolor, del luto.
cora, cómo me dolió leer este cuento!
No puedo decir que me alegra que te doliera, pero bueno, un poco sí, porque así sabe uno que el artefacto cumplió su cometido... gracias por estar constante, cerca de las palabras. Abrazo Cora.
qué bueno, Esteban!!!
qué imágenes!!!
A mi mamá la enterramos un domingo 7. Eso si es el colmo ¿ verdad? decime vos..
y tenía 49 años!
íjole Juli!
Cábala como decía mi cantante de tangos favorita!
Abrazo.
esencial mi querido W.
tan esencial como la bala que describe Pennac cuando ésta se dirige directo al ojo.
Es que hay balas así...que se conjugan en todas las personas.
..."Canto a una bala que debió esperarme en una selva"...
Un abrazo grandote!
otro abrazo Celeste.
Recuerdo esa frase y se me paraban los pelillos de los brazos cuando la escuchaba.
Una genialidad, me gusta tu narrativa, tan cotidiana y incisiva.
Me gustó
Quede constancia de que te leo y releo...
Xw: incisiva?? jeje y a mí me parecía tan cafecito ralo! jaja
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gracias, mil gracias Francolina!
Perdoná que no me inscriba. Tuve que leerlo dos veces y a la segunda quedé suficientemente convencido de que no importaba no entenderlo completamente porque no iba dirigido a la razón. Si querés una crítica o sugerencia, solo por experimento, intentá hacer un cuento impersonal a ver…
En general conmovedores y bellos los cuentos maje.
Héctor Gamboa
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