24.7.07

paisaje mío

En el paisaje quedó perdida. Por referencia a la vegetación andina supe que era una niña y no una anciana. Pero en lo inmóvil de la distancia ciega árida, quedó sembrada como un arbusto, observando que un tren se iba, aunque nadie le había enseñado eso de que las cosas se van. No había calle en el paisaje, pero se me antojó una calle de piedra en el año de 1959, esa calle porque aquí no pasa el tiempo, y porque aquella imagen no permanece, no quedó suspendida, no la robó mi lente. Mientras el tiempo de un tren se acelera, las horas se duermen en la vegetación de la prosa, y esa anciana que se llama niña, con sus ojos de arbusto y su ropa añeja, me ven como un tren de hierro, alejándose.

Me ha conmovido el silencio, el silencio cuando es pregunta, por eso uno se queda tan callado cuando admite la marea. Ante lo que ha callado, viene la imagen de un caballo negro, ese caballo que no hay en el paisaje de la niña, pero que sí hay en el paisaje que llevo, el que confunde las planicies en las vísperas de Madrid en primavera, con las que siempre decía mamá que fueron suyas, aquellas, no las que se ven, sino las que imaginamos detrás de los cerros, en las provincias de piedra.

(foto de Pablito Cambronero)

14.5.07

Hijo de Beckett

Puede ser que no sea mío lo que veo. Puede ser que en lo náufrago y por condición de lo anciano, me he convertido en un viejo que roba criaturas de la literatura pasada: caminaste hombre anónimo, hijo de Beckett, hasta este jueves, “Plein de…” tumbas y tumbas, abierto el espanto. Es más sencillo contar la vida desde este sitio donde ya nada importa. Puede ser que todo haya transcurrido en otro camposanto, mientras yo redacto lo simplemente anecdótico; pero sea aquí o allá, tuvo que acontecer, para que el otoño cayera completamente de rodillas en un barrio viejo de Buenos Aires.

Tanto más dramático si hubiese sido un gato, pero es que más allá de los muros de esta ciudad silenciosa, vibra la otra ciudad, el subsidio permanente de la vida que tiene sus locuras, como esta campana de bronce de una tonelada, celebrando la muerte de algún Torcuato de Alvear, anónimo del mármol y la decadencia. Y la esperanza, vibra medio muerta la esperanza de olvidar algún día, la esperanza de algo que nos exima de este tránsito y de todos los gatos que mean entre misteriosos y enfermos y alegres y diabólicos, las cajas de maderas finísimas de hace más de un siglo.

Alguien me decía mientras aún florecían los robles de sabana que un relato no es una poesía, o por ejemplo, dale sustancia y carácter a tus personajes, miente bien, ahorra palabras, trabaja duro, sintetiza y se exhaustivo en el ejercicio de la soga, seducirás mujeres y ganarás premios, y ahora que sin tener más creencia que en el derecho a la palabra, veo a ese hombre con su sombrero anacrónico sacándose la “poronga” apuntando bien entre las rejas herrumbradas y los vidrios quebrados de la tumba de La Estimada Familia Duarte, qué me queda a mí entonces, esta última imagen de la soledad, no decir nada como un verso.

13.3.07

Fragmentos Para Un Río

Esteban Chinchilla


I
La hora baja del día, animal como un cauce misterioso, como una seda lejana en el espacio y en el tiempo, el gran reloj de las olas según Morente, donde guitarras pasadas dicen “…bésame mucho, como si fuera esta noche la última…”, pero qué hacer cuando se tiene miedo a “perderte después” y después es ya, cuando las guitarras no suenan más y nos hemos levantado una mañana húmeda teniendo miedo a perderte, una vez en que se te ha perdido para siempre, para todos los después que hay en los boleros.

II
Cómo hubiera deseado ser una sencilla traducción de un cuento de Poe hecha por un Cortázar quieto hace meses en tu mesa de noche, cómo hubiera deseado que la lluvia no mojara el asfalto y no hubiera dejado crecer el tamaño del agua, cómo y cuánto hubiera deseado que por nombre llevaras el de un roble o un almendro. Cómo hubiera deseado llegar a Roma preguntando en cada esquina tu paradero, aunque siempre supe donde encontrarte después del día de los faroles: yo no pedía que clausuraran Aeropuertos, sólo un pequeño cementerio de una ciudad en decadencia. Pero lo verídico, como lo aciago, radica en ese metal que resulta de aquello inevitable y el primer acorde de una prosa.

III
Que era casualidad la voz gitana de esa mujer, prolongando curvas como si fueran alas de gaviota, alejándose y acercándose al borde de una embarcación más bien pequeña: por eso escuchaba acordes flamencos siempre que llegaba al ferry del Tempisque. Que era tarde ya para subir al techo del “Yhajaira” mientras cruzaba por décima vez aquel sábado de río. Aunque si reflexiono en lo hechos, recibir el beso de la mujer araña en la desembocadura del río suena hermoso, suena a ese tipo de locuras por las cuales nos suicidaríamos todos juntos, una unión poética y negra con el barro y con las plantas.

IV
Pero si eran una pareja hace 5 años, habías procreado hijos imaginarios, dos de carne y hueso, habías poseído plantado deseado, habías horneado calculado inventado, habías querido a Jonás tanto y tanto… “tic tac tic tac tic tac tic tac las campanas del olvido tac tic tac…” llévatelo con el río y no lo dejes sólo, el cauce de agua y de segundos, llévatelo sin nombre, para no decir más tu nombre, no te comieron los lagartos del río, en sus falanges la bestia de la costumbre. Pero en su ficción alguien o algo tenía que matarte, por eso cerraba los ojos duro cuando la madrugada se ponía azul claro, y en ese fluido azul de la mañana, dejaba su ternura y te ahogaba de una vez por todas en el río ¿Verdad que nunca fuiste con él al río, que no se mojaron los pies juntos, no lo ayudaste a sortear las piedras, ni compartieron la merienda? El lugar perfecto para fenecer en su memoria ¿o su memoria era el agua de verdad?

V
Arcabuz, alcázar, rima muerta, arma antigua del aguacero, porque así ocurre que el fuego, se ama toda la vida para escribir un solo verso, la síntesis del mundo en el guiño de un ojo, lo mismo el faro o el anuncio del barco que llega al puerto, las familias de pájaros despertando como quien levanta las sábanas a la costa o las enaguas de una mujer ausente, así es como se escribe desde lo real y lo imaginario.

VI
Abuelo tenía un proyector 8mm. Lo lucía cada vez que había reunión de niños en casa, por algún natalicio o cualquier razón que convocara la horda de monstruos miniatura. La primera película que nos proyectaba en medio de los gritos infantiles, se refería a unas tomas hechas por él mismo, donde había unas gaviotas acompañando una embarcación pequeña, mientras mi abuela y él cruzaban algún río grande en Manila, Filipinas. Te habría ahogado en ese río si recordara su nombre.

15.1.07

Barrio

Esteban Chinchilla

Antes de que los pericos confirmaran las 5 p.m. del cementerio, ya había quedado sólo todo: la expectación de flores que no se marchitan, pero que sí se marchitan, como la familia Flores enterrada completa: el padre fue el zapatero predilecto de los descalzos en las calles de piedra de Escazú; un “NO DESCANSA EN PAZ” graffiteado en la lápida mayor, daba testimonio de que ahí la muerte no le importaba a nadie, ni al perro, ni al pájaro, ni a la sequía dicha por los cerros cada mes de marzo. A aquel lugar lo rondaba la tentación mía de enterrarme junto con el domingo: soy tan propenso al luto-como a la nostalgia-como a los versos-como al whisky-como al tango propenso y a los libros viejos, y no sé a quién se le antojó gracioso redactar un día la anécdota de los borrachos esperando la soledad del campo santo, para robarse la flores y salir a negociarlas por una copita de Cacique. Todo aquello era “Barrio El Diezmo”: muchos adolescentes perdieron la vida biológica, y otros la otra vida, la que no hay purgatoria que valga, porque así me lo dijeron “el pobre nace pobre y el malo nace malo, resignate!”.

La verdad el entierro no fue domingo, pero ese día domina mi semántica, la lógica de que un jueves de entierro se parece mucho a un viernes de entierro y por ende se puede parecer mucho también a un domingo de entierros; algo así pasa con el amor. La vida hubiera sido exagerada e irónica si me hubieran llamado Julius, porque yo regresaba de un viaje donde había conocido para siempre la palabra muerte en un redondel bogotano, y llegaba a mi redondel, a mi redil de todos los días, con esta cara de “para qué te quiero tanto”, si a la salida de nuestra Bombonera amigo, de nuestra cuevita del Monstruo, estaba ese niño de los barrios aledaños, esos barrios que no se llaman ni “El Diezmo” ni “Caridad”, ni “Ciudadela Los Hijos de Carazo” ni “Ciudadela Gloria Bejarano”, estaba ese niño esperándote, ese niño.

Por esas casualidades sanguíneas del destino, habiendo resumido mi gestación al mejor estilo de una novela mejicana que era el refrito de otra novela argentina que era una pésima adaptación de algún clásico que no preciso, yo era el niño bien de “El Diezmo”. Otro niño bien, pero malo como el Diablo, llegó de “Bellos Horizontes”, tenía en su mano la pretensión niña de un revólver 357 S&W Magnum. Desde la muerte de Soledad, había ganado experiencia con mi lente de plástico, desde la muerte del Torero abandoné mi sueño de ser bombero, y ahora quería ser fotógrafo de La Extra: ahí mismo se me presentaba la primera oportunidad primaria de jugar a la sangre:

“…sueño…mareo…marica…baila...pobre…sueño de pobre al borde de la luna que quema…baila…siente la sangre en la sien…te hincas en la calle de piedra del diezmo… niño diezmo sin llegar a los diez, diezmado eso sí…Satanás, “tembló el marrón tembló el marronero”, silueta de sueño rojo en la calle de piedra, sueña pobre con los ojos abiertos para siempre, sueña ciego con los ojos abiertos, tu último juego en las aceras que no hay en las calles de piedra, cántame tu sitio en la gloria, himno de piedra para un niño de piedra, siente que se cierra el círculo de la ceguera, baila niño no te mueras baila niño no te mueras baila niño no te mueras…”

El túnel pequeño del cañón grande, muy a pesar de la mentira de la cámara lenta que elogian los que se enfrentan a eventos inesperados, soltó una bala de plomo completamente cierta. El cañón que primero apuntó la cabeza de Martín, tuvo su gesto de ternura frente a mi cámara, y regresamos al punto de inicio, el dispara yo disparo nosotros disparamos ellos disparan… mi conjugación más bruta, mi ojo más bruto no por ciego esta vez, sino por sangre en el ojo. No hubo foto. Hubo sepelio ese jueves. Adivine quién muere y quién escribe.